domingo, 12 de enero de 2020

El cine, siempre el cine. Una década (I)


El cine es una necesidad. Y una necedad. La posibilidad de mundos distintos que nos ofrece es infinita y, aunque cada vez menos, siempre cambiante. La segunda década del tercer milenio ha sido particularmente entrañable por muchas cosas para mí, y de entre ellas, el acompañamiento de cientos de películas es esencial, inseparable a mi ser. Esta lista no pretende ser un artículo académico en absoluto, sino una simple rendición y tributo a aquello que más me llenó y maravilló entre 2010 y 2019; seguramente habrá ausencias y muchas nombradas que a ustedes le parecerá absurdo que aparezcan acá, pero es una remembranza personal de aquello que me ha hecho feliz en esta recién concluida década, espero les llame la atención y rememoren o les den ganas de ver los títulos aquí enunciados, bienvenidos.
Uno de los primeros recuerdos de 2010 es Love Exposure, una locura de 2008 dirigida por Sion Sono, quien gracias a esta y obras consecuentes, se convirtió en uno de los directores más importantes del siglo. La película es de una desmesura inabarcable pero contada de tal manera que cada minuto de sus cuatro horas de duración se quedan fijos en la mente por su innovación y trascendencia. Pero en el mismo año tuvimos Náufrago en la luna, de Lee hae-jun y Violines en el cielo, de Yöjiro Tákita como regalos inolvidables del oriente, cuyas aportaciones al cine del siglo XXI son enormes. Paolo Sorrentino seguía con su crecimiento como creador con El Divo, mientras Yorgos Lanthimos nos volaba la cabeza con la pieza que lo puso en la órbita del cine, Colmillos. La parte reflexiva la pusieron Alejandro González Iñárritu con la poética Biutiful y Steve McQueen con la fenomenal Hambre y la carta para dejar testimonio de que el cine sigue siendo algo nuevo e insuperable la puso Christopher Nolan con Inception.
2011 nos dio cuenta de que las exploraciones en torno al cine contemporáneo son de una variedad amplia, en la cual conviven con igual tino I saw the devil, de Kim Jee-woon con Nadie sabe nada de los gatos persas, de Bahman Gobadhi, Temple de acero, de los hermanos Coen, Melancholia, de Lars von Trier, Terence Malick con El árbol de la vida y la magnífica 13asesinos, de Takashi Miike, de una violencia filmada con una precisión distinta a la serie B de Hobo with a shotgun, de Jason Eisner y la poesía de Drive, de Nicholas Winding Refn y en el extremo opuesto a la que quizás es la mejor película de la década, un manifiesto de uno de los más grandes directores de la historia que rinde homenaje al arte y a sí mismo; Medianoche en París, de Woody Allen.
La distancia a las formas tradicionales se siguió marcando en 2012 y la mejor muestra de ello es Bestias del sur salvaje, de Behn Zeitlin y por el mismo rumbo, dejando de lado las estructuras tradicionales volvía Steve Mc Queen con Shame. El cine español mostró su vitalidad con dos genialidades, No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu y Mientrasduermes, hasta el momento la mejor obra de Jaumé Balagueró. México hizo lo propio en el área del documental con Cuates de Australia, de Everardo González y ¿Qué sueñan las cabras? De Jorge Prior. Michael Haneke nos recordaba la fragilidad de la vida con la inmortal Amor mientras que la comedia nos retiraba de esos ámbitos desolados con Juan de los muertos, de Alejandro Brugués y Wes Anderson con la inefable y bellísima MoonriseKingdom.
En 2013 vi una película que no está en el mapa internacional, una obra modesta que debería ser revalorada, Tyrannosaur, de Paddy Considine, tan discreta y grandiosa como Halley, de Sebastián Hoffman y tan triste y desesperante como La caza, de Thomas Vinterberg. Por fortuna ese año tuvimos la beldad, también triste de Sólo Dios perdona, de Nicholas Winding Refn. Aunque luego Ulrich Seidl nos volvió a romper el corazón con su trilogía sobre el amor, Paraíso, suprema en sus tres partes, y Paolo Sorrentino nos entregó su obra maestra, otra candidata a la mejor del siglo XXI, la inequiparable y hermosa La gran belleza.
2014 fue un año para los maestros. Alejandro González Iñárritu sorprendía con Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia, Volker Schlöndorff con Diplomacia, Hayao Miyazaki con El viento selevantaDavid Trueba con Vivir esfácil con los ojos cerrados y Christopher Nolan con Interestelar, pero el gran golpe en la mesa lo dio Martin Scorsese con El lobo de WallStreet, una joya que tiende puente entre dos siglos de cine. El cine comercial tuvo su momento de esos en los cuales se cruzan con lo memorable con Guardianesde la galaxia, de James Gunn y Bienvenidos al fin del mundo, de Edgar Wright; los documentales con La Plaza, de Jeahane Noujaim y La imagen ausente, de Rithy Pahn y el cine independiente con la rareza de Frank, de Lenny Abrahamson. Igual tendría que mencionar muchas más, pero como decía al inicio son solo las que más gratamente recuerdo. Y vamos apenas a la mitad de la década.

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