sábado, 15 de febrero de 2020

El cine, siempre el cine. Una década (y II)



Un año más tarde, ya en la mitad de la década, Alonso Ruizpalacios nos transportaba con elegante introspección al cine nacional de décadas antes con la moderna Güeros y su viaje por la Ciudad de México, que le quedaba corta para recorrer a golpe de cámara al entrañable Federico de Distancias cortas, película estrenada este año en festivales pero apenas con corrida comercial en 2019, las injusticias de la distribución y exhibición del cine mexicano. Como injusticia es la que sufre el ingeniero “Bombita” en la extraordinaria colección de cortos de Relatos salvajes. Los géneros tradicionalmente desplazados por la ficción realista tuvieron un gran momento con joyas como La princesa Kaguya, del Maestro Isao Takahata, quien perdiera, junto a la hermosa Canción del mar, el Oscar a mejor película animada frente a la disfrutable pero intrascendente Big Hero 6. El horror marcaba su camino hacia el Arthouse con la espléndida Una chica vuelve sola a casa de noche y el veterano George Miller regresaba por sus fueros para decirnos “a ver, niños, así se hace una película de acción”, con Mad Max: Fury Road.
2016 presagiaba un retorno triunfal del cine norteamericano independiente con Enemigo de todos y Animales nocturnos, dos joyas absolutas, sin dejar de lado la obra maestra de Charlie Kaufman, Anomalisa. Hablando de obras maestras, Miguel Gomes alcanzaba la suya con la trilogía Las mil y una noches y el estudio Laika bateaba de Home con Kubo y la búsqueda samurai. En España, Cesc Gay en autor total nos entregó Truman y desde Japón, Sion Sono nos volvió a envolver en la locura con Tag. Martin Scorsese nos dejaba en Silencio mientras Denis Villeneuve seguiá forjando su leyenda con La llegada y el final del año nos regaló la mejor entrega de Star Wars después de la trilogía original con Rogue One.
Con un empalague no usual en mi persona, los primeros pasos del 2017 fueron con el ahora gusto culposo y triste de La La Land, con todo y el affaire con Moonlight en la entrega de los premios de la Academia, pero alejémonos de eso tan rápido como lo haría Baby Driver, corriendo como el reivindicado Robert Pattinson de Good Time; hasta el oriente, donde se encontraban Blade of the Immortal y Tu nombre, En este rincón del mundo. Patterson, de Jim Jarmusch puso el toque de poesía; Tarde para la ira confirmó mi atracción por el suspense español. El documental mexicano mostró de nueva cuenta su fuerza con El hombre que vio demasiado y Tempestad, en tanto que la inocencia se rompió con belleza amarga con La vida de Calabacín y Vuelven.
En el penúltimo año de la década, dos mexicanos rompieron el panorama internacional con sendas piezas grandiosas: Alfonso Cuarón con Roma y el Gordo -así le decimos los cuates a Guillermo del Toro (o sea, todo México)- con La forma del agua. Mi punto más alto en 2018 fue por mucho y razones personales, Isle of Dogs, de Wes Anderson. Y hubieron películas memorables como Tres anuncios por un crimen; Sad Hill Unearthed; The Disaster Artist; El hilo fantasma; el sorprendente regreso de Spike Lee a las grandes ligas con BlacKKKlansman; las maravillosas Cría puercos y Faces Places, de la añorada e inmortal Agnès Varda y las absurdamente ignoradas genialidades de Pascal Laugier, Ghostland y You were really never here, de Lynne Ramsay, que tiene la verdadera mejor actuación de Joaquin Phoenix, para que no se dejen llevar por la mercadotecnia.
Hay una opinión casi generalizada sobre que 2019 fue un mal año para el cine. Yo no lo veo así, en la década hubo peores. Y ahí están Cold War, Dolor y Gloria y La camarista para demostrarlo, de entrada. La atención en los premios Oscar desvió la atención y por ello nos centramos en El Irlandés, Érase una vez en Hollywood y Parásitos como las mejores del año y dejamos de lado a las superiores Diamantes en bruto y la suprema El Faro.
Así terminó la segunda década del nuevo milenio. Me faltan muchas, por omisión, por decisión, por ignorancia, por no tener el tiempo para dedicarle las 24 horas del día al cine, que es mi escenario ideal; pero esta es mi lista personal y abierta a opiniones.

domingo, 12 de enero de 2020

El cine, siempre el cine. Una década (I)


El cine es una necesidad. Y una necedad. La posibilidad de mundos distintos que nos ofrece es infinita y, aunque cada vez menos, siempre cambiante. La segunda década del tercer milenio ha sido particularmente entrañable por muchas cosas para mí, y de entre ellas, el acompañamiento de cientos de películas es esencial, inseparable a mi ser. Esta lista no pretende ser un artículo académico en absoluto, sino una simple rendición y tributo a aquello que más me llenó y maravilló entre 2010 y 2019; seguramente habrá ausencias y muchas nombradas que a ustedes le parecerá absurdo que aparezcan acá, pero es una remembranza personal de aquello que me ha hecho feliz en esta recién concluida década, espero les llame la atención y rememoren o les den ganas de ver los títulos aquí enunciados, bienvenidos.
Uno de los primeros recuerdos de 2010 es Love Exposure, una locura de 2008 dirigida por Sion Sono, quien gracias a esta y obras consecuentes, se convirtió en uno de los directores más importantes del siglo. La película es de una desmesura inabarcable pero contada de tal manera que cada minuto de sus cuatro horas de duración se quedan fijos en la mente por su innovación y trascendencia. Pero en el mismo año tuvimos Náufrago en la luna, de Lee hae-jun y Violines en el cielo, de Yöjiro Tákita como regalos inolvidables del oriente, cuyas aportaciones al cine del siglo XXI son enormes. Paolo Sorrentino seguía con su crecimiento como creador con El Divo, mientras Yorgos Lanthimos nos volaba la cabeza con la pieza que lo puso en la órbita del cine, Colmillos. La parte reflexiva la pusieron Alejandro González Iñárritu con la poética Biutiful y Steve McQueen con la fenomenal Hambre y la carta para dejar testimonio de que el cine sigue siendo algo nuevo e insuperable la puso Christopher Nolan con Inception.
2011 nos dio cuenta de que las exploraciones en torno al cine contemporáneo son de una variedad amplia, en la cual conviven con igual tino I saw the devil, de Kim Jee-woon con Nadie sabe nada de los gatos persas, de Bahman Gobadhi, Temple de acero, de los hermanos Coen, Melancholia, de Lars von Trier, Terence Malick con El árbol de la vida y la magnífica 13asesinos, de Takashi Miike, de una violencia filmada con una precisión distinta a la serie B de Hobo with a shotgun, de Jason Eisner y la poesía de Drive, de Nicholas Winding Refn y en el extremo opuesto a la que quizás es la mejor película de la década, un manifiesto de uno de los más grandes directores de la historia que rinde homenaje al arte y a sí mismo; Medianoche en París, de Woody Allen.
La distancia a las formas tradicionales se siguió marcando en 2012 y la mejor muestra de ello es Bestias del sur salvaje, de Behn Zeitlin y por el mismo rumbo, dejando de lado las estructuras tradicionales volvía Steve Mc Queen con Shame. El cine español mostró su vitalidad con dos genialidades, No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu y Mientrasduermes, hasta el momento la mejor obra de Jaumé Balagueró. México hizo lo propio en el área del documental con Cuates de Australia, de Everardo González y ¿Qué sueñan las cabras? De Jorge Prior. Michael Haneke nos recordaba la fragilidad de la vida con la inmortal Amor mientras que la comedia nos retiraba de esos ámbitos desolados con Juan de los muertos, de Alejandro Brugués y Wes Anderson con la inefable y bellísima MoonriseKingdom.
En 2013 vi una película que no está en el mapa internacional, una obra modesta que debería ser revalorada, Tyrannosaur, de Paddy Considine, tan discreta y grandiosa como Halley, de Sebastián Hoffman y tan triste y desesperante como La caza, de Thomas Vinterberg. Por fortuna ese año tuvimos la beldad, también triste de Sólo Dios perdona, de Nicholas Winding Refn. Aunque luego Ulrich Seidl nos volvió a romper el corazón con su trilogía sobre el amor, Paraíso, suprema en sus tres partes, y Paolo Sorrentino nos entregó su obra maestra, otra candidata a la mejor del siglo XXI, la inequiparable y hermosa La gran belleza.
2014 fue un año para los maestros. Alejandro González Iñárritu sorprendía con Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia, Volker Schlöndorff con Diplomacia, Hayao Miyazaki con El viento selevantaDavid Trueba con Vivir esfácil con los ojos cerrados y Christopher Nolan con Interestelar, pero el gran golpe en la mesa lo dio Martin Scorsese con El lobo de WallStreet, una joya que tiende puente entre dos siglos de cine. El cine comercial tuvo su momento de esos en los cuales se cruzan con lo memorable con Guardianesde la galaxia, de James Gunn y Bienvenidos al fin del mundo, de Edgar Wright; los documentales con La Plaza, de Jeahane Noujaim y La imagen ausente, de Rithy Pahn y el cine independiente con la rareza de Frank, de Lenny Abrahamson. Igual tendría que mencionar muchas más, pero como decía al inicio son solo las que más gratamente recuerdo. Y vamos apenas a la mitad de la década.