lunes, 15 de octubre de 2007

La nave de los monstruos



Mucho tiempo antes que HAL 9000 perdiera la razón y persiguiera a muerte a sus tripulantes; mucho antes que R2D2 entregara el mensaje que desataría la rebelión contra el Imperio; mucho mucho antes de que el agente Deckard se viera en líos para retirar a los androides replicantes de la tierra, mucho antes que eso, un robot entonó canciones rancheras. He mencionado antes el cruce desvergonzado de géneros que en México se uso en afán de la taquilla, así como de la creación del monstruo campirano como aportación del país a la ficción universal, pues bien, La nave de los monstruos es un ejemplo fehaciente de esas afirmaciones y ha sido seleccionada a manera de paréntesis dentro del ciclo de comentarios de cintas de horror nacionales como muestra del mencionado cruce, sobre todo porque en México es poco conocida, en tanto que en el extranjero casi alcanza la categoría de culto. Absolutamente psicotrónica, la trama ya de entrada es de un absurdo antológico: en Venus los hombres se han extinguido, de manera que es menester conseguir varones a fin de que la raza no desaparezca, tal misión se encomienda a Gamma (Ana Bertha Lepe) y Beta (Lorena Velázquez, de quien no me explico por qué nunca dejaron que conquistara el mundo), quienes colectan a 4 seres de diversos planetas, se supone los ejemplares más hermosos de cada uno, pero el gusto de las muchachas se nota bastante errático, pues reclutan a un enano con el cerebro de fuera, una obesa araña de pata retractil, un cíclope orejón y escamoso y el esqueleto (no rumbero) de algún galgo bípedo. A media misión la nave se estropea, por lo que las muchachas deben aterrizar en la tierra, planeta que al parecer no estaba incluido en la recolección pese a que los habitantes de este son muy similares a las venusinas (con lo cual la sospecha de que andaban muy erradas adquiere peso). Mientras el robot Tor hace los arreglos a la nave, las exploradoras bajan a ver que tal el ambiente terrestre y se encuentran con Laureano (Piporro), ranchero cantarín, hablador y enamorado que ni tardo ni perezoso les explica (canción de por medio) qué es el amor, sentimiento desconocido por las venusinas, con lo cual desata un triángulo pasional que pone en peligro a la tierra. De pronto Beta muestra su secreto, es una vampira. Gamma se ve forzada a detenerla y la malévola chupasangre escapa con el cinturón de poder, una especie de radio de transistores que según se dice, posee un poder terrible. Libera a los monstruos y les encomienda tareas específicas para consumar su plan de conquistar el mundo y que los vampiros reinen el universo (nunca dicen hasta esa fecha cuantos planetas llevaban anotados en su score), sin embargo, los casi invencibles hombres (o monstruos o lo que sean) del espacio con lo único que consiguen acabar es con la vaca de Laureano. Finalmente (el como no importa, de cualquier manera no tiene coherencia) Laureano, su pequeño hermano, el robot Tor y Gamma se enfrentan a los malos, a los cuales vencen con suma facilidad, pese a que como decía antes, se habían señalado como casi invencibles. Gamma se comunica con la jefa de las venusinas y le informa que no volverá, pues ha encontrado en Laureano el amor, pero les envía a Tor para que les explique de qué se trata eso. Tor en tanto emprende el viaje de regreso a Venus acompañado de la rockola de Laureano, a la que abraza amorosamente para entonarle una canción.


Hay que señalar que esta película se debe ver con el sentido del humor dispuesto, de lo contrario se puede sufrir un severo coraje. La irresponsable trama, la incoherencia narrativa, las muy malas actuaciones y la ausencia de ritmo pueden generar fuertes quejas y por el contrario, un visionado comprensivo nos da luces del punto que tratamos y permite pasar un buen rato. Rogelio A. González es uno de esos casos de directores completamente disparejos; dirigió bodrios como Chanoc (1967), El sexo sentido (1981) y Escuela de rateros (1958) lo mismo que cintas brillantes como El esqueleto de la señora Morales (1960) y Escuela de vagabundos (1955), por lo que no se puede pensar que La nave de los monstruos haya sido deliberadamente malecha. El maestro Eulalio González, Piporro, salva la película con algunas frases ingeniosas y un monólogo desternillante que cuenta en la cantina, pero incluso su actuación se ve fuera de ritmo, pareciera que ninguno de los involucrados leyó el guión previamente. El resto de la comedia lo brindan las fallas técnicas, que incluyen un cambio de ropa en Gamma entre un encuadre y el siguiente, una completa visión del arnés que eleva a Piporro en un momento donde se supone que vuela y una vista de la tierra desde el espacio exterior… con todo y división política y líneas ecuatoriales. A diferencia de El Barón del terror o El vampiro sangriento, no se nota aquí un respeto por el trabajo ni un interés de hacer una decente película palomera. La nave de los monstruos se estrenó en 1960, cuando ya la industria del cine mexicano se encontraba en decadencia y en lugar de apostar por las ideas, los productores se inclinaron a reciclar lo peor del cine B y las comedias insulsas con monstruos de Abbott y Costello, usando para ello a una caterva de comediantes mexicanos decadentes, como el Loco Valdés, Clavillazo, Resortes o el propio Tin Tán ya en el franco declive de su carrera. La comedia en México atravesó entonces una etapa terrible que no ha podido regenerarse y de paso se llevó al cine fantástico, que después de eso ya no pudo si no ser visto como una vacilada para entretener a los niños. En USA la cinta fue rescatada a finales de los 80 y ya ha sido lanzada en DVD. Genera en aquellos rumbos, al igual que en algunos países de Europa, una devoción por parte de los devoradores de cintas extrañas y amantes de lo psicotrónico, quienes la valoran precisamente por su incuantificable número de errores. Por mi parte, considero que se trata de un intento fallido de chispazos geniales, todos ellos merced a la alta calidad de Piporro y Lorena Velázquez. Por eso y en nombre de lo bizarro, vale la pena verla.

Aquí les dejo uno de los enfrentamientos del valeroso Piporro vs los extraterrestres, en You Tube pueden encontrar otros ejemplos de la película




La nave de los monstruos. México, 1960

Director: Rogelio A. González
Producción: Jesús Sotomayor Martínez

Guión: José María Fernández Unsáin, Alfredo Varela

Fotografía: Raúl Martínez Solares

Edición: Carlos Savage

Efectos especiales: Juan Muñoz Ravelo

Maquillaje: Rosa Guerrero

Con: Eulalio González Piporro; Ana Bertha Lepe; Lorena Velázquez;

Y los monstruos de las galaxias: Uk; Uttir; Tagual; Tor y Zok

lunes, 8 de octubre de 2007

El vampiro sangriento




Dentro de las aportaciones del cine mexicano al mito de los vampiros hay que destacar la del monstruo campirano, explotada en un montón de cintas en las que estos seres, acompañados de otros provenientes de las más recónditas fuerzas del mal, eran un mero vehículo para comedias de pésima factura. Sin embargo, hay otra aportación, mucho menos conocida pero sin duda de mayor valía en la búsqueda de la destrucción de dichos muertos vivos y el director Miguel Morayta la describió en su cinta de 1962 El vampiro sangriento.
La historia comienza con lentísimo ralentí en el que vemos un carruaje tirado por briosos caballos y guiado por la mismísima muerte, en él viaja el conde Frankenhausen (Carlos Agostí), quien reclama mayor velocidad al cochero pues hay que llegar al destino antes que termine la luna llena… aún y cuando vemos que la acción transcurre a plena luz del día.
Más adelante pasamos a otra secuencia en la que el profesor Bálsamo de Cagliostro (no es broma, así se llama y es interpretado con toda seriedad por Antonio Raxel) ofrece una cátedra a su hija; futuro yerno; Gestas, el mayordomo y algunos invitados más, acerca del mundo vampírico. Gracias a los avanzados conocimientos del profesor nos enteramos que el vampirismo es una enfermedad; que existen dos tipos de vampiros, los vivos y los muertos, los vivos contagian y los muertos no hacen nada (…) y que de hecho sólo hay una familia de estos seres descendientes de la casta de los Frankenhausen, a los que la familia Cagliostro se ha dedicado a buscar y exterminar desde el siglo XII de nuestra era. En posterior y última clase -pues al día siguiente partiría el profesor a un misterioso y largo viaje-, continuamos aprendiendo acerca de estos seres y como curar su enfermedad con la revelación de la aportación que mencionaba líneas arriba: los vampiros se convierten en tales seres porque al serles absorbida la sangre en una mordedura, el rojo líquido se ve sustituido por una sustancia llamada “vampirina”, la cual los pone en tan deplorable estado. Por fortuna, don Bálsamo ha encontrado la cura para el vampirismo (aunque no menciona si pasado el tratamiento el paciente vuelve a la vida o sólo pierde sus viciosos apetitos), que radica nada menos que en el ácido bórico, el cual se debe suministrar por medio de una compleja máquina directamente al corazón del enfermo (¿no es ácido bórico lo que se usa para fabricar los gises contra cucarachas?).
En tanto, la condesa Frankenhausen sufre de ataques constantes y comienza a ser tratada furtivamente por Ricardo, el joven prometido de la señorita Cagliostro. La muchacha, de nombre Ana, posee una gran curiosidad científica y alma aventurera, merced a la cual se decide a hacerse pasar por huérfana e ir a servir como doncella de la condesa. Tan pronto llega la joven a la casona del conde, este queda prendado de ella y se dedica a acosarla y pedirle que sea su nueva esposa, sin embargo, las pruebas de que Frankenhausen pertenezca a la familia de los vampiros no se presentan e incluso Ricardo comienza a dudar de esa idea, hasta que el propio conde descubre la verdadera identidad de la doncella y desata su ira abandonando su finca para irse a la Laguna de la Muerte, donde tiene su otra guarida y permanece escondida la primogénita de los condes.
Ricardo y Gestas parten tras el vampiro y para rescatar a la heredera Cagliostro y se enfrentan al conde convertido en murciélago, hasta que el fuego envuelve todo y el monstruo huye.
Al día siguiente, el profesor Bálsamo ha regresado, suponemos que ha sido puesto al tanto de todo, pues cierra con esta frase inmortal: ya ha pasado todo, ¡menos el peligro que amenaza a la humanidad!
Morayta, desigual cineasta cuyo máxima obra es la deliciosamente perversa Hipócrita (1949) aprovechó la inspiración para crear un dípitico muy poco conocido pero bastante interesante acerca del mundo de los vampiros, que arranca con la película aquí comentada y concluiría al siguiente año -a pesar que fueron rodadas simultáneamente- con la secuela La invasión de los vampiros, gracias a la cual entendemos la razón porqué El vampiro sangriento tiene un final sombrío en el que el bien no resultó triunfador, lo cual era una idea casi impensable para el cine mexicano de ese tiempo, salvo, claro está, en el melodrama cabaretero.
El resultado puede ser tan cuestionable como gozoso de acuerdo con los gustos del espectador, no se puede negar por parte del director una clara intención para contar seriamente una historia gótica, como tampoco se puede negar la inocencia de la retórica pretendidamente poética en los diálogos de los personajes y la baja calidad de los efectos especiales –creo que en los estudios Churubusco Azteca sólo tenían en utilería un murciélago como de un metro de largo, con cara y orejas de conejo que es el mismo usado en esta y muchas otras cintas de vampiros y monstruos en general-, aunque hay que mencionar que el maquillaje si está muy bien realizado y en ocasiones, como en la escena donde vemos cruelmente mutilado a Lázaro, uno de los sirvientes del conde, resulta bastante efectivo e inquietante. Por cierto, otro de los aciertos de la cinta son las buenas actuaciones de algunos personajes, como el mencionado Lázaro, interpretado brillantemente por Enrique Lucero y la frau Hildegarda, tremenda dominatrix victoriana y mano derecha del vampiro, encarnada por Bertha Moss.
Hasta donde pude encontrar, esta película se encuentra en DVD (edición hecha en USA, obviamente) en los sitios de costumbre vía Internet y en eMule se puede descargar una versión grabada directamente de la televisión, seguramente en uno de los maratones de horror que de cuando en cuando presenta el canal de cable De Película.
Aquí una escena donde vemos en plena acción al temible conde Frankenhausen.


El vampiro sangriento. México, 1962
Dirección: Miguel Morayta historia y guión:Fotografía: Raúl Martínez SolaresMúsica: Luis Hernández BretónEdición: Gloria SchoemannDirección de arte: Manuel FontanalsMaquillaje: Armando MeyerProtagonizan: Carlos Agosti (Conde Siegfried von Frankenhausen); Erna Martha Bauman (Condesa Eugenia Frankenhausen); Raúl Farell (Dr. Ricardo Pizarro); Begoña Palacios (Anna Cagliostro); Bertha Moss (Frau Hildegarda); Francisco A. Córdova (Gestas); Enrique Lucero (Lázaro); Antonio Raxel (Profesor Bálsamo de Cagliostro).

martes, 2 de octubre de 2007

El Barón del terror




Con toda seguridad, la gente recuerda a Abel Salazar principalmente por su rol como el taciturno y pesimista pero muy machito José Luis García en la saga de Los Tres García, una de las más taquilleras de Pedro Infante. Los méritos propios de Salazar, sin embargo, son incluso superiores a los del multimencionado ídolo de Guamuchil y su carrera, hablando de la parte interna de la industria del cine mexicano, mucho más sólida.
Si bien la trayectoria de Salazar como productor, director, actor y escritor se inclinó abiertamente hacia el melodrama y la comedia, gracias a su casa productora, ABSA, se realizaron buena parte de las mejores cintas de horror y fantástico que ha dado nuestra cinematografía, así como la que quizá se pueda considerar como la joya de la corona de lo bizarro mexicano: El Barón del terror.
El Barón del terror (Brainiac, como es conocida internacionalmente) resulta un caso aparte dentro de las producciones de ABSA, que si bien se dirigía al entretenimiento por la vía sencilla, siempre mantenía un cuidado particular en películas que en otros latitudes se hubieran clasificado como de serie B, baste recordar la solidez general como obra cinematográfica que representa El Vampiro, primera incursión de la productora en el género y que casi desde su estreno se ganó un lugar importante en la historia del cine mexicano. El Barón, sin embargo, es un producto delirante por completo, la trama, las actuaciones, los efectos especiales y en particular la representación del monstruo parecen estar hechos por una mente genial y retorcida. Poco más o menos, la historia es la siguiente:
En 1611, el Barón y alquimista loco Vitelius de Astara (de origen desconocido y jamás confesado, según el tipo que lee su currícula) es condenado por el terrible tribunal de la Inquisición a morir en la hoguera por una cadena de delitos que van de la herejía, hechicería y nigromancia hasta la seducción de féminas casadas y solteras. Antes de ser encendido cual cerillo, el Barón lanza una maldición sobre los descendientes de aquellos que lo mandaron a la pira y jura regresar dentro de 300 años, junto con un extraño cometa que en ese momento surca el cielo, para cobrar su venganza.
Ya en 1961, el Barón regresa a la tierra convertido en un monstruo barbado, manos con dos ventosas, de bifurcada lengua siempre colgante y una extraña manera de respirar que hace que toda la cara se le contraiga a cada resuello. Aún más, cuando el Barón se encuentra en su forma humana se alimenta de cerebros humanos que de alguna manera secreta se mantienen frescos a pesar de ser almacenados en gruesos baúles de madera. Ya instalado en un viejo castillo, Vitelius se da a la tarea de ubicar a los sucesores de aquellos que lo condenaron, mismos que por mera casualidad viven relativamente cerca uno de otro y frecuentan el mismo círculo de amigos.
El resto son detalles que dan sabor a la historia, una pareja de jóvenes enamorados bajo la tutela de un astrónomo renombrado, un par de detectives no muy brillantes y Mauricio Garcés como el atribulado forense que no puede explicar los crímenes que se le presentan al paso de los días. Cada acción se presenta de una manera que no se puede concebir como real aún en términos de la realidad interna de la ficción y sin embargo, no se puede decir que la dirección de Chano Urueta sea incorrecta, hay un buen manejo de los recursos cinematográficos en general y es notable la intención de realizar un trabajo a todas luces increíble. Este punto puede deberse a una intención para comercializar la película en el extranjero, dado que en México la crítica hacia el cine fantástico siempre fue devastadora en tanto que en el extranjero se vendían bien y de hecho fue en otros países que esta y otras cintas de género mexicanas se han convertido en objetos de culto, lo cual a su vez puede ser explicado por el respeto que se ve en gran parte de las cintas de horror y fantásticas mexicanas, es decir, hasta la más humilde caja de cartón pintada con pintura metálica para simular una compleja máquina científica o la más burda retroproyección, se notan trabajadas con la convicción de que eso va a convencer al espectador.
Los derechos de la película fueron adquiridos por el legendario K. Gordon Murray y por ende fue doblada al inglés, que se convirtió en la única manera de poder ser adquirida por los coleccionistas durante muchos años, hasta que recientemente ha sido re lanzada en DVD con el audio original en español remasterizado e incluso ha conseguido espacio en la televisión abierta, a mediados de años fue programada en sesión vespertina en un canal de la televisora mexicana Televisa, lo cual se puede considerar como un pequeño acto de justicia para esta obra.
El Barón del terror se puede conseguir en DVD en las páginas de costumbre, fue editada por Casa Negra Entertainment en un set que contiene incluso un juego de lotería de monstruos del cine mexicano. También se encuentra una versión bastante buena en eMule.






El Barón del terror. México, 1962
Dirección: Chano Urueta
Producción: Abel Salazar
Guión: Federico Curiel, Antonio Orellana y Alfredo Torres Portillo
Fotografía: José Ortiz Ramos
Edición: Alfredo Rosas Priego
Diseño de producción: Javier Torres Torija
Efectos especiales: Juan Muñoz Ravelo