El universo mágico de Guillermo del Toro no se esconde tras secretos. En cada nueva fábula podemos prever hacia donde si dirigen las cosas dentro su estilo. Su genialida radica en la manera en que nos envuelve y nos hace parte de las historias, la magnífica forma en que nos transporta; pero sobre todo, en su inmenso amor al cine, que en La forma del agua se muestra desbordado.
La décima película del cineasta jalisciense es ante todo un homenaje al cine que adora y como podemos ver no se limita al de terror con monstruos; es palpable tanto en lo obvio -Elisa vive sobre un cine- como en referencias abiertas y sutiles (¿agua "tarkovskiana"?), principalmente al cine clásico de Hollywood y los musicales (Ah, los bailes de Sally Hawkins, encantadores), aunque esto es apenas una parte de lo mucho de lo cual gusta y quisiera homenajear, como ha dicho en entrevistas.
La deconstrucción de La bella y la bestia y El monstruo de la laguna negra son apenas el punto de partida para abordar ampliamente uno de los temas centrales en la obra de del Toro: La soledad. Todos los personajes parecen no contar mas que consigo mismos; los vínculos afectivos parecen estar limitados a la comunicación elemental, incluso entre Elisa (una Sally Hawkins magistral) Giles (Richard Jenkins) y Zelda (Octavia Spencer), incapacitados entre sí para formar un grupo afectivo que dé plenitud a sus necesidades emocionales y sociales.
Una imposibilidad de conexión humana que el director opta por situar con acierto en plena guerra fría, cuando el reconocimiento de la otredad era casi inadmisible, había que temer y desconfiar de todos alrededor, curiosamente tal como sucede hoy mismo, cuando como sociedad nos estamos dividiendo nuevamente en pequeños bandos en los cuales no permea ninguna idea contraria, lo cual nos lleva a la soledad. Strickland (gran Michael Shannon) tal vez no sea villano de nacimiento, lo que conocemos de su historia nos lleva a entender porqué es un hombre egoísta, cruel, ya sin capacidad de empatía por sus semejantes ¿Es él el monstruo? El doctor Hofstetler (gran Michael Stuhlbarg) es un traidor, un doble agente, quien está solo, no puede confiar en sus jefes soviéticos, tampoco en los norteamericanos. Pero es un buen hombre, alguien con un propósito que entiende que el egocentrismo no es la vía.
Hay personajes que se mantienen estáticos en su desarrollo dramático y otros que cambian, pero todos están acompasados a un ritmo: el de la esperanza, sea para bien o para mal. En ese sentido, la Criatura (que como la de Mary W. Shelley no tiene nombre), sola también y sin posibilidad de conocer sus raíces, es la representación de dicha esperanza y para Elisa la de terminar de construirse a sí misma a través del amor, de llegar a la paz personal, como del Toro mismo lo dice: "Tienes que hacer las paces. históricamente, personalmente, espiritualmente, en todo nivel con el pasado para poder existir en el presente".
Hay similitudes tan evidentes como obvias en la película, particularmente con El laberinto del fauno, pero la verdad es que La forma del agua se mueve por sí misma, le encuentro mayor conexión, desde el punto de vista de la mencionada soledad pero también en lo poético de su discurso, con La invención de Cronos, su ópera prima, con el agregado de la sexualidad, antes casi desapercibido en la obra del "Gordo" pero manejada ahora con presteza para describir momentos, actitudes y sentimientos de los personajes de una manera que permite ampliar la complejidad de su interpretación para redondear la visión del director en torno al amor como algo tan bello o sucio como inasible.
En Hollywood se entendió por primera vez que el cine es un trabajo de equipo en el cual cada uno de los elementos que componen una película son importantes en función de la obra completa. del Toro nos entrega aquí una obra redonda en la cual todas sus partes funcionan como una maquinaria precisa. A los hermanos Lumiére les debemos el cine tal como lo conocemos, a ellos hay que agradecer que su invención nos dio a Guillermo del Toro.