martes, 18 de noviembre de 2008
No tiene la culpa el indio
Conforme se acercaban los años 80, el cine mexicano confirmaba su decadencia con una producción que además de escasa era por demás mediocre, de manera tal que a la comedia incluso tendría que habérsele levantado acta de defunción. El maestro Mauricio Garcés, como contaba en el post pasado, se había alejado desde inicios de los años 70 (en el 71 filmó seis películas, entre las que destacan las magníficas Vidita negra y Las tres perfectas casadas) de la pantalla grande al no encontrar un guión en que la vulgaridad no estuviera por encima del fino humor con que acostumbraba trabajar, hasta que en el 78 se decide a regresar al celuloide seducido por un guión que a la postre no explotaba en primer plano su rol de galán: No tiene la culpa el indio.
En esta, el maestro Garcés interpreta a un embaucador profesional que convence a un indígena de Xochimilco (Chucho Salinas) que tiene visiones clarividentes cuando ve piernas de muchacha bien formadas al grito de ¡Ay mamaciiita! de conjuntar las predicciones de este con la habilidad manipuladora del otro. La sociedad que conforman ambos pronto rinde frutos, pero también los hace presa de intereses mayores, así que se ven en una serie de enredos de los que saldrán más por suerte que por mérito propio.
Miguel M. Delgado, recordado principalmente por haber dirigido algunas de las mejores (Un día con el diablo; ¡A volar, joven!; El Sietemachos) como algunas de las más infames (El patruller 777, El barrendero) películas de Cantinflas, tuvo la suerte de encontrarse con un guión de la actriz argentina Reneé Dumas escrito con tanta inteligencia como humor, el cast obviamente no empataba con la línea del moralista Cantinflas, así que logró convencer a Don Mauricio para regresar con este interesante papel que le exigía interpretar a un personaje distinto a aquel que le hiciera ganar fama en las décadas anteriores, lo cual como es natural, consiguió. De igual manera, Chucho Salinas logra hacer de su personaje un indio bastante ladino, pero fuera de los clichés que tanto el cine como la televisión habían generado para estos. Y para terminar de redondear, la chica Garcés (mmmh, bueno, aunque no hay romance) en turno fue la hermosa Yolanda Liévana.
Destaca, por supuesto, el duelo de comedia que sostienen Salinas y Garcés, bastante equilibrado, sostenido con un pulso que no creo pueda ser tan atribuíble al director como a los propios actores, quienes sin una sola obscenidad gratuita, consiguen mantener al espectador al borde de la risa en todo momento.
La película es complicada de conseguir, de vez en cuando la programan en la televisión por cable, pero hasta donde sé no ha sido editada en video. En You Tube hay algunas escenas, de las cuales les presento tres a cual más de divertida.
Aplausos para el maestro
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