También de dolor se canta
René Cardona,
1950
Divertida
comedia tipo screwball en la cual
Pedro Infante encarna a Braulio Peláez, silvestre y miope profesor de la
primaria de Chipipulco. La terquedad por triunfar como actriz de su hermana Luisa
los lleva a envolverse en la industria del cine mexicano en una serie de
enredos disparatados. Como en muchas de las películas del ídolo de Guamuchil,
los actores secundarios le dan un relieve genial, en este caso la dupla Famie
Kaufman “Vitola”-Óscar Pulido y los cameos de Germán Valdés “Tin-Tan” y Pedro
Vargas son todo un deleite, así como su propia actuación, en la cual pone por
encima al taimado provinciano antes que al galán de fina voz.
Un rincón cerca del cielo
Rogelio A.
González, 1952
González tuvo
el tino de sacar de su zona de confort interpretativo a Pedro Infante las
ocasiones en las cuales lo dirigió; en este caso lo llevó a límites del
tremendismo encarnando a Pedro González, provinciano que llega a la capital del
país con la esperanza de triunfar laboralmente, pero la vida tiene planes
absolutamente contrarios para él y su familia. Por mucho tiempo no quise volver
a ver la cinta dado el impacto que me provocó la primera vez que la vi -siendo
niño-, pues contiene algunas de las escenas más tristes de nuestro cine, como la secuencia en la cual pintado como payaso, Pedro pide limosna con un
plato entre los dientes y en cuatro patas, emulando a un perro, con la dignidad
totalmente corroída por las circunstancias.
Nosotros los pobres
Ismael
Rodríguez, 1947
Obra maestra
del tremendismo mexicano y la consolidación absoluta de Pedro Infante. Podría
decirse que quien no haya visto y sufrido repetidas veces la tragedia de Pepe
“el Toro” y “la Chorreada”, no es buen mexicano. El nivel de identificación del
público con la tragedia nos lleva a acompañar a Pepe y hacer sus penas
nuestras, sus calles las mismas que recorremos y sus habitantes los mismo con
los cuales convivimos en el día a día. He ahí la magia, tal vez algo de lo anterior
haya tenido razón en los años cercanos al estreno de la película, hoy México es
muy diferente, pero el canto, el llanto, la alegría y el gozo siguen siendo los mismos.
Cuidado con el amor
Miguel Zacarías,
1954
El bellísimo
rostro de Elsa Aguirre encuadrado en primer plano mientras Pedro hace la mejor
interpretación de Cien Años valdría
por toda la película. El disparejo Miguel Zacarías logra en esta, tercera de
las cuatro en que dirigió a Infante, una comedia romántica de altos vuelos
gracias a la química entre la pareja protagónica y la chispa de Óscar Pulido y
Eulalio González “Piporro” como los cotorrones “tíos” de Salvador (Pedro
Infante) y por cuyas tropelías el joven encuentra el amor, pese a la
resistencia de la joven aludida, quien detesta al trío porque gracias a ellos
ha perdido su casa; Salvador tendrá mucho trabajo y camino por aprender para
conseguir ese amor del cual ha de tener cuidado.
Los tres García
Ismael Rodríguez,
1947
La joya de la
corona de la comedia ranchera y el primer gran éxito de la dupla Ismael
Rodríguez-Pedro Infante. Tres machos arquetípicos mexicanos se enamoran de su
prima norteamericana recién llegada al pueblo y al mismo tiempo deben resolver
una antigua deuda de honor familiar, todo ello bajo el estricto y divertido
matriarcado de doña Luisa García (Sara García en plenitud). Mención aparte
deberían tener las propuestas estéticas y técnicas de Rodríguez, pero eso sería
materia de otro análisis. Aquí nos quedamos con la figura de Luis Antonio
García, oveja negra de la familia, parrandero, mujeriego, bravucón, pero con un
corazón enorme y el favorito de la abuela. Pedro Infante, pues.
La mujer que yo perdí
Roberto Rodríguez,
1949
La menos
conocida tal vez dentro de la lista que propongo, pero una que guardo con
afecto en la memoria. Pedro interpreta a un joven que mata a la autoridad del
pueblo para salvar el honor de su novia, por lo cual debe huir. Herido en la
fuga, es atendido por María (Blanca Estela Pavón), indígena que se enamora de
Pedro y cuyo amor se acrecenta mientras este destaca como forajido al estilo
Robin Hood, mas él no le corresponde hasta que muy tarde se da cuenta del amor
perdido. En la memoria tengo clara la pasión de María y cómo carga celosamente
los huaraches que Pedro le dio y sigue andando descalza lastimando sus pies,
pues le aflige ensuciar su regalo. Una enorme tragedia que debe ser
reconsiderada.
La tercera palabra
Julián Soler, 1956
El menor de la “dinastía
Soler” dirigió al ídolo de Guamúchil en otra de sus películas atípicas y menos
conocidas, mas no por ello menores. Aquí Infante interpreta a Pablo, un montañez
alejado de la civilización desde su primera infancia y por tanto en estado “salvaje”.
Sus tutoras buscan alguien para educar al “niño” Pablo, labor que ocupa
Margarita (Marga López), profesora metropolitana que poco a poco entiende la
pureza del alma de Pablo contra la inmundicia de la civilización. Podría casi
calificar como drama sicológico y de altos vuelos al reflexionar sobre la
muerte, dios (comprendida esta idea como una entidad superior) y por fin, el
amor (la tercera palabra) y aunque sea en el sentido machista mexicano emociona
fuertemente al corazón. En su tiempo la película causó revuelo por las ideas
presentadas y por la secuencia en que Marga, venciendo al pudor impuesto por la
civilización, se lanza desnuda a un río.
Escuela de vagabundos
Rogelio A.
González, 1955
La versión
nacional de Merrily We Live (Un
Mendigo original. Mc Leod, 1938, USA) es una de las mejores películas mexicanas
en todos los sentidos. Hay una precisión tan absoluta como lúdica en cada
aspecto del filme que lo hace vigente y vital. En la mayor parte de quienes actúan
hay una fuerza tremenda que la lleva a ser una de las más grandes comedias; los
Arieles otorgados por actuación a Blanca de Castejón y Anabelle Gutiérrez lo
demuestran y se quedan cortos para la calidad del elenco por completo. De nueva
cuenta hay temas memorables, situaciones hilarantes y la preponderancia del ídolo
como el culmen del galán divertido. Imprescindible. Yo me quería casar con Miroslava. Buenos días, pecesitos.
La oveja negra
Ismael Rodríguez,
1949
El Tour de force entre Fernando Soler y
Pedro Infante es el más grande de las actuaciones del cine mexicano, uno es la
fuerza salvaje de la naturaleza, la semilla de la cual nacimos; el otro es la renovación
de la vida; ambos la representación de la Época de oro. Con un equilibrio
fantástico, Rodríguez logra sintetizar la esencia de aquella identidad nacional
que Octavio Paz consideró como intangible con personajes que representan
bloques de nuestra sociedad y su posición en el trazo social. Con una sabiduría
cinematográfica irrefutable, vamos del Silvano joven y vital que hace bailar a
su caballo al mismo personaje que masacrado a manos de su padre le pide que lo
mate, pero que antes vaya a ver a su madre. Soberbia.
La vida no vale nada
Rogelio A. González,
1955
Todo cuanto
diga es por completo subjetivo, pero no ausente de motivos.
Pablo Galván
camina borracho hasta los huesos a mitad del camino mientras canta El Capiro. No sabe su rumbo. De casualidad
llega a la capital. Encuentra un amor del cual huye. Se embriaga. Reivindica a
una mujer que luego le desprecia. Se embriaga. Regresa a la casa familiar. Enfrenta
un nuevo destino más doloroso que sus estúpidas y cobardes borracheras.
El momento más
fino en cuanto a la actuación de Pedro Infante confrontado cada vez con un
demonio-ángel más fuerte: la viuda Cruz, con quien podría tener estabilidad;
Silvia, la prostituta que redime de manera desinteresada; su madre quebrada por
la pobreza y el abandono y al final, trágicamente, Marta; el demonio sexual que ofrece
la salvación o el peor destino.
La segunda vez
que se canta El Capiro es magnífica, un perfecto punto de quiebre que divide en dos la película,
con el inefable Manuel Dondé en su rol de Carmelo, tomando el papel de
destinador o maestro. Es una historia triste, cuyo final, en apariencia feliz,
sabemos no terminará bien. Y lo lamentamos por Pablo, quien jamás tendrá
redención. No puede. No quiere.