lunes, 25 de enero de 2016

The Revenant

“No tengo miedo a morir, ya lo he hecho antes” dice Hugh Glass (Leonardo di Caprio) para señalar por vez primera en voz alta que su presencia en el plano físico hace tiempo ha dejado de ser como la conocemos, él transita penosamente entre la vida y la muerte y alrededor suyo todo es purgatorio, incluso después de haber concluido su última misión peronal.
La anécdota mínima y predecible de The Revenant, la más reciente y aclamada película de Alejandro González Iñárritu, es plataforma para los dos pilares del filme, la interpretación de di Caprio y la fotografía de Emmanuel Lubezki. Sin embargo no voy a caer en la recientemente extendida crítica gratuita señalando estas dos líneas como únicas virtudes porque eso es tan hueco como falso, estamos ante una obra poderosa e imperfecta, de la cual sus desventuras tienen nombre y resulta una contradicción su procedencia: el desmesurado ego del director. En función de ello y para no estar justificando parte a parte señalo de una vez, las imperfecciones en la trama se encuentran en los errores que G. Iñárritu ha tratado de convertir en su marca como autor; los elementos oníricos o fantásticos en busca de un misticismo plastificado. Cuando deje esto de lado se convertirá de verdad en un cineasta histórico.
Desde el inicio, con la secuencia del ataque al campamento de los cazadores encontramos virtudes innegables, hay un manejo muy preciso del ritmo, una coreografía tan precisa como incómoda por la brutalidad de las acciones rebosantes sin embargo de belleza, ilustradas por la cámara de Lubezki, la cual se pasea con aparente indiferencia ante la masacre, y este será el tono en adelante, la tragedia será puesta en cámara con estoicismo en tanto el paisaje será mostrado en su brutal belleza, recordemos se trata del purgatorio que deberá recorrer Glass.
Más allá de Fitzgerald (Tom Hardy), quien se convierte en la razón de Glass para mantenerse vivo, el resto de los personajes son espectros que dificultan o facilitan el camino, quizá los únicos compañeros en ese viaje sean los indígenas quienes atacan el campamento con el propósito de continuar la búsqueda de la hija del jefe de esa expedición aunque ello implique hacer tratos con cazadores furtivos sin escrúpulos, su viaje termina cuando concluye la propia misión de Glass, pero ellos retornarán al mundo, él ya no tiene razón para hacerlo.
El director maneja con brutal presteza el ritmo y emplea con rigor su conocimiento cinematográfico, dejando ver influencia del Kurosawa de Los siete Samurai pero también del de Dersu Uzala, por poner un ejemplo tangible, para crear una pieza fina en todos sus componentes fílmicos, aún en el guion, donde pareciera ser más débil por las abreviaciones argumentales que por momentos se sienten como lagunas, pero vistos objetivamente dan completud a la desesperanzadora visión de González Iñárritu.