En 1962 México conseguía por tercera ocasión consecutiva una nominación al Óscar por Mejor película extranjera con Tlayucan, drama rural con el que Luis Alcoriza demostraba que la agonía de la industria mexicana no era definitiva al tiempo que se reafirmaba como uno de los grandes estetas de nuestro cine, curiosamente no por la grandilocuencia que mostraban los directores de la Época de oro sino por el tono naturalista que en el mismo año reafirmó con Tiburoneros y por si fuera poco participa en el guión de El ángel exterminador, obra de Luis Buñuel que se ha colocado entre las mejores películas del mundo. No fue un mal año para México.
También el cine de escape tuvo sus momentos memorables para el país, en el 62 se enfrentó Santo contra las mujeres vampiro de la mano de Alfonso Corona Blake y El barón del terror, de Chano Urueta, aterrorizaba a la capital con una presencia antigua y maligna, ambos se han convertido en clásicos de culto. También por el camino del horror en Europa se gestaba una etapa alterna al reinado de la productora Hammer y sus cintas góticas con títulos como Gritos en la noche, del prolífico español Jesús Franco, El horrible secreto del Dr. Hichcock (L’orribile segreto de Dr. Hichcock), de Riccardo Freda –primera en tratar abiertamente el tema de la necrofilia- y la infame Mondo Cane de Jacopetti, Cavara y Prosperi, inciadora del “shockumentary” colección de acciones humanas en su estado más sangriento y salvaje que tomó a todo mundo tan de sorpresa que hasta fue nominada a la Palma de oro en el Festival de Cannes. Sin embargo lo más importante en este género fue la aparición de La muchacha que sabía demasiado (La ragazza che sapeva troppo), de Mario Bava, considerada como la iniciadora del sub género italiano Giallo.
Por otra parte el Neorrealismo italiano había visto ya la mejor época y en su etapa de decadencia Antonioni, destacado representante del llamado “neorrealismo burgués”, daría el cierre a su trilogía Eros con El eclipse (L’eclisse), una obra sólida y aún a ésta altura ruda para el espectador no acostumbrado al cine “lento” y contemplativo -lo cual no le quita valía, al contrario-. Pier Paolo Pasolini el excéntrico, genial y mulitifacético experto en sacar de zona de confort al público estrena Mamma Roma y no conforme con ello le entrega un guión al joven Bernardo Bertolucci para que realice su primer filme, La cosecha estéril (La commare secca), una forma sórdida de regresar a los ambientes marginales que había retratado el neorrealismo.
La Nouvelle Vague francesa se mantenía presente con películas como Cleo de 5 a 7 de Agnes varda y Vivir su vida (Vivre sa vie: film en douze tableaux) de Jean-Luc Godard, pero ninguna como Jules et Jim de Francois Truffaut, pieza clave de este movimiento y del cine en general. También de Francia, aunque fuera del movimiento se estrena La Jetée, de Chris Marker, relato post apocalíptico contado a través de fotos fijas.
En Polonia Roman Polanski llega a marcar terreno con Cuchillo en el agua (Noz w wodzie) su contundente primera obra, sanamente distanciada de las corrientes dominantes del cine europeo.
Resguardada detrás de la cortina de hierro, la Unión Soviética también se mantenía alejada de las tendencias cinematográficas occidentales, aunque no tanto como dejar de realizar una de ciencia ficción como las que tanto gustaban en USA con Chelovek-Amifibiya el taquillazo del año en esos rumbos sobre un joven al que su padre le injerta branquias para sobrevivir debajo del agua. En la otra cara de la moneda, Andrei Tarkovsky inicia su corta carrera en que se consolida como uno de los mejores cineastas de la historia con La infancia de Iván (Ivanovo detstvo), película tan bella como rotunda con la que logra conquistar el León de oro del Festival de Venecia.
En España bajo la dictadura de Franco las buenas cintas escaseaban, en el 62 destacaron algunas como la comedia La gran familia, de Fernando Palacios, fuera de ello no hay mucho qué recordar salvo que José María García Escudero, quien se encontraba encargado del cine del estado impulsa la Escuela Oficial de Cine, de donde saldrían cineastas opuestos a la dictadura franquista como Mario Camus, Miguel Picazo y el mismísimo Carlos Saura.
El Reino Unido abría la serie de James Bond con 007. El satánico Dr. No (Dr. No) al tiempo que Tony Richardson estrenaba La soledad del corredor de fondo (The loneliness of the long distance runner) y David Lean daba muestra de su grandeza con la épica Lawrence de Arabia, su industria marchaba bien.
La conexión de Europa con el oriente se daba con El amor a los 20 años (L’amour à vingt ans), película coral dirigida por Andrzej Wajda, Truffaut, Renzo Rosselini, Marcel Ophüls y Shintarò Ishijara, mientras en Japón Akira Kurosawa ponía orden en la era Tokugawa a través de la portentosa Sanjuro y Yazujiro Ozu nos presentaba un hermoso y triste relato sobre el alcoholismo y la melancolía con El sabor del sake (Samma no aji). La saga del samurái ciego daba inicio con dos cintas, La historia de Zatoichi (Zatoichi monogatari), de Kenji Mizumi y La historia de Zatoichi continúa (Zoku Zatoichi monogatari), de Kazuo Mori. Ishirô Honda ya con financiamiento norteamericano realiza King Kong contra Godzilla (Kingu Kongo tai Gojira), pobre secuela del monstruo apocalíptico.
Ya de regreso a América la influencia de las “nuevas olas” se hacía patente en Brasil con el Cinema Novo impulsado por Glauber Rocha y estrenaba en ese año Os Cafajestes, la ópera prima de Ruy Guerra sobre unos jóvenes ladrones de Copacabana. Argentina también estaba desarrollando su etapa de nuevo cine (ahora denominada primera una vez que se declaró una segunda etapa en los años noventa) Leopoldo Torres Nilsson estrenó Setenta veces siete y Homenaje a la hora de la siesta mientras Fernando E. Solanas hacía sus pininos con el cortometraje Seguir andando.
Otros ecos se daban en Cuba con la reciente Revolución que declaró el inicio de su propia época de oro en 1959 y en 1962 daba luz a una de sus películas más emblemáticas: Las doce sillas, de Tomás Gutiérrez Alea, que reflejaba con humor satírico y un tanto negro el momento que vivían los antiguos aristócratas cubanos. De igual manera Cuba 58, largo en tres partes (Un día de trabajo, Los novios, Año nuevo) dirigido por José Miguel García Ascot y Jorge Fraga se mostraba como estampa propagandística de los primeros años del triunfo de Fidel Castro y sus barbudos.
En Hollywood Robert Aldrich tuvo la genial idea de poner frente a frente a dos divas que en la vida real se odiaban en ¿Qué fue de Baby Jane? (What ever happened to Baby Jane?) Con las enormes actuaciones de Bette Davis y Joan Crawford; Robert Mulligan hacía un alegato contra el racismo con Matar a un ruiseñor (To kill a mockingbird); J. Lee Thompson desperdiciaba una buena historia con Taras Bulba; Roger Corman adaptaba a Poe en Historias de terror (Tales of terror); Blake Edwards impacta con Días de vino y rosas (Days of wine & roses), Sidney Lumet adapta a Eugene O’neill en su autobiográfica Larga jornada hacia la noche (Long day’s journey into night) y Stanley Kubrick hacía la que es quizá su película menos lograda y aún así una obra maestra, Lolita.